Yo nací para mirar. Nos suspendieron el afuera y nos recluimos sin protestar. Tenemos miedo. De repente nos encontramos con el ruido ensordecedor que vive dentro de nosotros y queremos el externo, para despistarlo.

Es un pedazo de una ciudad de España: Barcelona.

Podría haber sido cualquiera.Sin la estratégica posición privilegiada ( una terraza de 180 grados de vista ) en la que me encuentro no lo hubiera podido hacer. De hecho, nunca lo quise hacer. Un día miré por el balcón y vi a aquel hombre mayor caminando, obligado a cambiar la calle por el tejado, sin escaparates ni personas; solo consigo mismo. Mi reacción inmediata fue hacer un vídeo, no una foto. Estaba asistiendo a un evento único, privado, histórico.

El hombre le pone ganas, no está postrado en un mueble. Se mueve, haceejercicio. Sus pensamientos quizá estén en el futuro, anhelando ese afuera. Abrí un poco más la visión y ahí estaban todos. Presiento que algo va a pasar y yo estoy ahí, con mi máquina de mirar. La vida se trasladó a los tejados y a los balcones. La contemplación y el encierro como modo de supervivencia. Lo que hacíamos en la calle, de algún modo, lo pasamos al interior, dependiendo del espacio. Los que tienen balcones miran esperando ver, sentir, oír ese ruido exterior anhelado, pero solo hay vacío; los que pueden se besan, se abrazan, otros hablan entre los balcones y terrazas, hacen gestos, unos, los que más, hacen algún tipo de ejercicio, charlan, miran al horizontejuegan a la pelota, toman el sol, se hacen selfies... Nadie me escucha, nadie me ve. Estoy escondido, no saben que existo. De momento.

Yo observo, con cierto nerviosismo: la sensación de ser descubierto es la excitación de un voyeur. No hay una hora precisa, aunque el buen tiempo determina las salidas.

El smartphone se ha convertido en una prolongación de mi cuerpo, es lo que me conecta al mundo. Un mundo en histeria colectiva. Entonces prefiero volver a los tejados y balcones, donde gente de carne y hueso está esperando con enorme capacidad de resiliencia.

El hombre sigue caminando por el tejado, cuando no llueve. Se ha convertido en el termómetro emocional de mi encierro. Si lo veo, me siento bien, sigue habiendo esperanza. Cuando le digan que es el momento de salir, quién sabe, volverá la rutina deseada, y ahí estará afuera, mirando a las personas moverse, los coches, los ruidos de la ciudad. Dejaré de espiar.

Va a ser raro, para todos. Sigue siendo raro.

I was born to look. The outside was suspended from us and we shut ourselves in without protest. We are afraid. Suddenly we find ourselves with the deafening noise that lives inside us and we want the outside, to distract it.

It is a piece of a city in Spain: Barcelona.

It could have been anyone. Without the strategic privileged position (a terrace with a 180-degree view) in which I find myself, I would not have been able to do it. In fact, I never wanted to do it. One day I looked out of the balcony and saw that old man walking, forced to change the street for the roof, without shop windows or people; only with himself. My immediate reaction was to make a video, not a photo. I was attending a unique, private, historic event.

The man puts effort into it, he is not prostrate on a piece of furniture. He moves, he exercises. His thoughts may be in the future, longing for that outside. I opened my vision a little more and there they were all. I sense that something is going to happen and I am there, with my machine for looking. Life has moved to the rooftops and balconies. Contemplation and confinement are a way of survival. What we did on the street, in some way, we move inside, depending on the space. Those who have balconies look out hoping to see, feel, hear that longed-for outside noise, but there is only emptiness; those who can kiss, hug, others talk between the balconies and terraces, make gestures, some, the most, do some kind of exercise, chat, look at the horizon, play ball, sunbathe, take selfies... Nobody hears me, nobody sees me. I am hidden, they do not know I exist. For the moment.

I observe, with a certain nervousness: the feeling of being discovered is the excitement of a voyeur. There is no precise time, although good weather determines the outings.

The smartphone has become an extension of my body, it is what connects me to the world. A world in collective hysteria. So I prefer to return to the rooftops and balconies, where people of flesh and blood are waiting with enormous resilience.

The man continues to walk on the roof, when it is not raining. He has become the emotional thermometer of my confinement. If I see him, I feel good, there is still hope. When they tell him it is time to go out, who knows, the desired routine will return, and there he will be outside, watching the people move, the cars, the sounds of the city. I will stop spying.

It will be strange, for everyone. It is still strange.

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EL INFORMADOR 1996-1999